(originalmente publicado en burbuja.info, 26/10/2009)

Sin entrar en mucho detalle sobre cómo hemos llegado hasta aquí, la difícil situación actual de la economía española se resume en tres problemas muy graves, cuya presunta solución ha servido de base al famoso «ticket» de ir-/ppcc. Los problemas son:

-el pufo no reconocido de la banca. Solución (según el «ticket») : el niquelado (o recapitalización) de entidades de crédito. Esto debía pasar en 2009, tras un aumento espectacular de morosidad en 2008.

-la insuficiencia fiscal (también conocida como el déficit estructural, o la parte del déficit público que no es coyuntural). Dicho de otra manera, la cantidad de exceso de gasto público (o falta de ingresos) que solo eran posibles gracias a la burbuja, y que ahora no nos podemos permitir. Solución: cambios fundamentales en la hacienda pública (fundamentalmente, según yo lo entiendo, rebobinado autonómico de la fiscalidad). Previsto en el «ticket» para 2010.

-el modelo productivo (basado en gran parte en la construcción, y por tanto con un enorme agujero tras el fin de la burbuja; y por ende castigado por la falta de crédito derivada del primer problema, y afectado por la insuficiencia fiscal). Solución en el «ticket»: transición estructural a un nuevo modelo, que tardará 15 años y se basará en exportaciones tras recuperar la competitividad con bajadas de costes (inmobiliarios especialmente) y salarios.

Se puede estar en desacuerdo con ir-/ppcc en muchas cosas, pero hay que reconocerle una gran capacidad de sintetismo. Esos tres problemas, anticipados hace años, son las tres patas desatre que es la economía española. No intento revisar o comentar el ticket (para eso está el de «mas ir-?»), sino echar un vistazo a la situación actual de esos problemas, empezando por el pufo bancario.

El pufo no reconocido de la banca (bancos y cajas) es el deterioro esperado pero no provisionado aún de sus balances como consecuencia de dos procesos (ambos ligados al estallido de la burbuja pero distintos): uno, el aumento de la morosidad (créditos que no se pagan), y dos, la bajada de valor de activos inmobiliarios (suelo, pisos y promociones en curso o terminadas) que actuan como colateral de préstamos concedidos.

El pufo se puede intentar disfrazar, o se puede intentar cubrir recapitalizando las entidades (lo que Ir-/ppcc llama el niquelado). Se puede disfrazar el pufo mientras se procede a la recapitalización entre bambalinas. O se puede intentar esconder indefinidamente porque no podemos o sabemos o queremos recapitalizar, o porque confiamos en que las cosas mejoren y el pufo desaparezca por sí solo, como en los ’90.

Hay varias formas de esconder el pufo, reduciendo aparentemente los créditos morosos y manteniendo el valor nominal delos activos. La morosidad se puede disfrazar con cancelación de créditos a cambio de daciones en pago, y refinanciación de créditos a promotores y particulares para reducir el reconocimiento de los créditos morosos (y la consiguiente dotación obligatoria de provisiones). Estas refinanciaciones solo son posibles si la banca cuenta con financiación, lo cual no es un problema actualmente, gracias al BCE.

Las refinanciaciones, combinadas con la restricción de nuevo crédito, también ayudan a evitar la bajada de valor nominal de los inmuebles: promotor refinanciado, además de no figurar como crédito moroso, no puede vender pisos por debajo del coste del préstamo, de forma que sus activos están en efecto fuera de mercado -dado que los bancos dan muy pocas hipotecas nuevas, y con criterios más estrictos-, pero nominalmente cubriendo la garantía del préstamo. Esta restricción mercado ayuda a los bancos a vender las viviendas que ya tienen en cartera a los últimos incautos, que son los únicos en recibir nuevo crédito, y permite controlar el ritmo de los descuentos.

Hay otras formas de disfrazar tanto la morosidad el número de viviendas en cartera de la banca (por ejemplo, traspaso de los activos -a precios tasados por una tasadora amiga- a sociedades inmobiliarias o de inversión participadas).

El objeto fundamental de estos maquillajes es ganar tiempo. Permite satisfacer las exigencias regulatorias al menor coste de capital posible (si el regulador es complaciente, como lo es el BdE de MAFO), y tranquiliza a los mercados (inversores, acreedores y contrapartes), lo que redunda en abaratamiento del coste de capital, fundamental si se está en un proceso de recapitalización.

Pero todo se acaba. Desde este foro de friquis llevamos años denunciando los esfuerzos de la banca por mantener precios ficticios para sus activos; ultimamemente los informes en ese sentido se suceden. Primero fue Variant (1) quien dió la alarma; BronteCapital (2), a falta de conocimiento del mercado español, comparó las cifras de morosidad reportadas por la filial de BBVA en USA (BBVA COmpass) con las de sus competidores, llegando a la conclusión de que existe una cultura de maquillaje ultra-generoso, y recientemente Moody’s (3) cifraba el pufo actual en 108.000 millones, con peligro de llegar hasta 225.000 en el peor caso. Este informe suscitó las reacciones acostumbradas de ultraje («como se atreven a dudar de la honra del sistema financiero más solvente del universo!!»), culminadas en la estrambótica amenaza de acciones judiciales por parte de, agárrense, Ausbanc (4).

También parece haber espoleado al BdE en poner más presión a la banca para que proceda a recapitalizarse (5).

¿En que consiste la recapitalización? En esencia, en aumentar los recursos propios (Capital+Reservas). Las perdidas reconocidas (o las provisiones contra posibles pérdidas) se tienen que cubrir con los recursos propios de la entidad de crédito; y esos recursos propios, por ley, han de mantener un ratio mínimo con el Balance total del banco (ratio de solvencia). La banca está muy apalancada (cosas del multiplicador bancario), y en esta crisis algunas entidades han llegado a tener ratios de solvencia por debajo del 6% (aunque ahora la media, aparentemente, está cerca del 8%). Si hay perdidas, al disminuir los recursos propios, el ratio disminuye dramaticamente, y puede facilmente ir por debajo de los mínimos regulatorios y peor aún, de los mínimos que causan una crisis de confianza en los mercados (y poco después colas en las sucursales).

Recapitalización son las seis ampliaciones de capital llevadas a cabo por el Santander en el último año. Son las ventas de cuotas participativas y convertibles emprendidas por toda la banca la primavera pasada. Pero para muchas entidades eso no basta ni de lejos para cubrir el tamaño de su pufo. Para esas, la única salida es la entrada de socios nuevos en su capital. En el caso de las cajas, donde eso es imposible por ley, significa fusiones de las cajas más débiles con las más fuertes, con ayuda del FROB.

¿Porque con ayuda del FROB? Porque las cajas débiles tienen tal pufo que las fuertes rehusarían tocarlas a no ser que haya ayuda pública. Sin comentar la injusticia o inmoralidad de ayudar con dinero público a la banca, todos los actores están de acuerdo (y mucho más tras la caida de Lehman Brothers) en que hay que salvar al sistema financiero, o al menos a las entidades de cierto tamaño. Se puede dejar caer a alguna pequeña (CCM), pero solo en casos extremos (el coste de garantizar todos los depósitos es prohibitivo).

Pero he aquí que los gestores de las cajas, aún sabiendo que necesitan recapitalizarse urgentemente, tienen otros intereses, más políticos que financieros, que entorpecen las fusiones requeridas. Exigen más dinero del FROB, exigen que les salven conservado sus puestos en el consejo fusionado, exigen (o les exigen desde los partidos políticos de cada Autonomía) que no se fusionen con cajas de otros partidos, o de otras regiones.

Y de momento, parece que el BdE no tiene capacidad política para obligarlas. Amenaza, manda mensajes… pero el proceso se retrasa. Y cada vez se acerca más el día en que el BCE, convertido en el mayor acreedor de la banca española, diga «basta» y empiece a restringir la liquidez que mantiene todo el proceso en marcha.

El niquelado es posible, y de hecho está ocurriendo. Pero la cultura instaurada en la banca (o parte de la banca) durante estos años lo pone en peligro. Es la cultura que hace que un político o banquero cogido con las manos en la masa no dimita hasta que le obligan, no abandona el sillón hasta que le echen. Es la cultura del ¿porqué voy a pagar yo, si todos lo hacen? Y mientras tanto, el tiempo se acaba.

¿Que datos tenemos para cuantificar el pufo? Hace años vi usar la regla (bastante tosca, pero creíble) del 50% de todo el crédito promotor (unos 200.000 millones). No he mirado aún el informe de Moody’s, así que no sé como llegan a las cifras de 108.000 / 225.000. Cualquier contribución que nos ayude a llegar a una cifra juiciosa será muy apreciada.