Traslaburbuja se traslada. Nos hemos animado a comprar dominio propio, con hipoteca a 40 años (al principio cuesta pero luego ni te enteras), para poder ponerle los visillos que nos dé la gana y tener algo que dejarle a nuestros hijos.

Gracias a WordPress.com por haber hecho posible que hasta un analfabeto de internet como el que esto escribe pudiera publicar un blog. Mis disculpas por anticipado a los lectores del nuevo blog por las futuras averías y desconexiones que sin duda les aguardan, y mi agradecimiento sin límites al ejército de desgraciados que se ocuparán del mantenimiento a cambio de medio cuenco de arroz (y alguna pinta de cerveza ocasional).

Casi se me olvida: la dirección del nuevo blog es:

http://traslaburbuja.com

Hasta pronto.

 


 

A menudo se habla en estos tiempos del timo del tocomocho aplicado a los préstamos que financiaron la burbuja: un timador se hace el tonto para que un pardillo que se cree listo se aproveche de él, sin darse cuenta de que él es el timado. A escala europea, el timado en la analogía es España, que se creía que Alemania era tonta, dando o prestando dinero barato, y ahora «descubre» que el tonto es él, obligado por la deuda a ser esclavo de Alemania. Esta analogía se usa como respuesta al enojoso maniqueísmo que presenta a España como cigarra despilfarradora y a Alemania como ahorradora hormiga; también se usa como justificación moral para no pagar las deudas, salir del euro, darle a la impresora, o exigir eurobonos y mutualización de deudas.

La deuda se puede ver también como un pacto fáustico, de los que hay tanta tradición en la literatura occidental (cf. Mefistófeles, Shylock o Gonzalo de Berceo): el deudor sabe a lo que se expone, sabe la terrible garantía que tendrá que pagar si no puede devolver el dinero, y sin embargo lo asume porque cree que podrá evitarla, ser más listo que el demonio y recuperar su alma, tras haber disfrutado de los placeres que el demonio le dió.
Todos estas entretenidas disquisiciones buscan dar cobertura moral a la hipocresía compartida por deudor y del acreedor. Lo cierto es que la deuda es un pacto basado en la creencia de que el dinero se devolverá; pero cuando el deudalismo se institucionaliza, tanto deudor como acreedor se acomodan en un sistema que les conviene, y rehusan ver la necesaria naturaleza temporal del contrato de deuda y el riesgo cumulativo de apilar deuda sobre deuda. Deudor y acreedor alcanzan un pacto no escrito por el que ambos fingen que el sistema es sostenible mucho más allá de lo razonable.

Ahora estamos en la fase en la que el timador exige que cese el timo y el timado pague sus deudas imposibles; y el timado exige que las deudas se cancelen, porque era un timo, pero al mismo tiempo quiere que el timo que tanto le convenía siga.

El prestamista no puede hablar de moralidad, invocar al capitán Renault («¡He descubierto que aquí se juega!»), declararse sorprendido por las burbujas de activos creadas con su crédito, decir que la falta de control de riesgos no importa, y que todos los ciudadanos del país deudor son responsables de la deuda, por encima de toda otra consideración. Pero lo intenta. Su herramienta: la amenaza de no dar más crédito.

El deudor no puede hablar de moralidad, decir que las burbujas de activos son culpa del prestamista («yo no quería, me obligaron a pedir prestado, es una estafa»), que no va a pagar la deuda odiosa, y al mismo tiempo exigir que se le vuelva a prestar, para «estimular el crecimiento». Pero lo intenta. Su herramienta: la amenaza implicita o explícita de no pagar la deuda.

Esto es el derrumbe de una burbuja de crédito, que destruirá la masa monetaria ilusoria creada. Pero no sin antes intentar negarlo hasta el último extremo, y cancelar toda la deuda posible contra todos los ahorros que se puedan capturar. No hay soluciones limpias, impresoras salvadoras, simpas redentores, re-estructuraciones mágicas. Hay una resistencia desesperada del deudor-yonqui a renunciar al crédito del que se ha acostumbrado a depender, y una resistencia desesperada del acreedor a renunciar a cobrar sus deudas, que les lleva primero a buscar nuevos pactos que permitan seguir negando la realidad, esperando cada uno ser capaz de aprovecharse del otro más de lo que el otro se aprovecha de él; y finalmente al sálvese quien pueda y el enfrentamiento.

Aún queda mucho autoengaño por delante.


 

Hablábamos el otro día de las posibles formas de gestionar el problema de los activos y préstamos inmobiliarios en manos de los bancos (la que se eligió en España fue negar la realidad mientras fue posible, y entonces pedir financiación al MEDE para montar el Sareb, un congelador inmobiliario al que transferir los activos para que las pérdidas las vaya asumiendo el estado durante 15 años).

También decíamos que la banca tiene un segundo problema: la deuda hipotecaria.

La morosidad hipotecaria es aún baja, y tradicionalmente ha sido un problema de baja intensidad gracias al caracter punitivo de la ley y a las redes familiares de apoyo (como explicaba Malo de Molina en 2007). A base de comer arroz y ayudas de los padres, se solía aguantar hasta que las cosas mejoraran. Pero esta vez la economía española está devastada e intervenida; devastada por el desguace de la mayoría de sectores productivos (excepto construcción y asociados) durante la burbuja, y por el tiempo y dinero gastados en negar la realidad (en los últimos 5 años el sector público ha asumido 600.000 millones de deuda para evitar reconocer la insostenibilidad del gasto público y la inviabilidad de la mayor parte de la banca semi-pública, sin que esto haya resultado en desapalancamiento sustancial del sector privado); e intervenida, porque la dificultad de financiar ese enorme aumento de la deuda pública ha llevado a la dependencia casi total del BCE, y a la obligación de seguir las directrices del eurogrupo (que según parece buscan sobre todo facilitar la transferencia de la exposición de riesgos de la banca acreedora al BCE de forma ordenada).

Con la economía en barrena y sin perspectivas de recuperación que no requieran el abuso de sustancias alucinógenas y/o anís del mono, la deuda hipotecaria cambia de aspecto: el paro de larga duración la convierte en una rueda de molino atada al cuello de muchas familias ya agobiadas, y la morosidad empieza a subir inevitablemente. La ley draconiana deja de servir como elemento disuasorio; al contrario, según van aumentando las cifras de desahucios, se va perdiendo el estigma. En España aparentemente se le ha cogido gusto a ser víctima: siempre que haya otros con los que juntarse, es liberador renunciar a toda responsabilidad, y exigir «justicia» a gritos contra aquellos que no nos protegieron de nosotros mismos; justicia que debe pagarse con dinero público, que (según la frase inmortal que refleja el sentir de muchos) no es de nadie.

Entra en escena la PAH, un pequeño grupo salido de las movilizaciones de V de vivienda en 2006, que aprendió la lección de que solo se moviliza quien defiende o protesta por el que hay de lo mío. Con mucha inteligencia se centró en una campaña con objetivos prácticos (Stop Desahucios), logrando así continuidad y una militancia comprometida. La PAH supo canalizar el resentimiento general contra la banca (resentimiento justificado, debido a la socialización de pérdidas bancarias de la burbuja sin que nadie asumiera responsabilidad alguna) para recoger suficientes firmas a favor de la dación en pago para llevar una ILP al congreso y poner su combinación de utopía y que-hay-de-lo-mío en el centro del debate. Si se vende que una posible solución al problema de los «afectados» por la hipoteca es dejar de pagar y seguir viviendo en la misma casa, pagando menos, se garantiza que mucha gente que puede pagar deje de hacerlo (porque a nadie le gusta ser el tonto en la teoría de juegos, y menos en España). La paralización efectiva de desahucios por parte de muchos jueces tras el fallo del TJUE sobre clausulas abusivas ayuda a crear una percepción de que el problema está alcanzando una masa crítica. En estas condiciones, la morosidad hipotecaria está a punto de explotar.

La banca quiere librarse del marrón de las hipotecas dudosas. Ya han comprendido (solo les llevó 5 años) que esta vez no se van a forrar cuando los precios vuelvan a subir.

La PAH ha hecho bandera de la dación en pago, incluyendo en el paquete el alquiler social al desahuciado (obligatorio para el banco) en la misma vivienda, y añaden la expropiación de viviendas vacías para formar un parque público de vivienda social.

El Sareb como titular de un parque público de vivienda es inevitable, antes o después (¿de que otra forma se puede realizar la provisión de vivienda básica semi-gratuita anunciada por el gran gurú ppcc hace tantos años?). Win-win para los bancos y la PAH, lose-lose para el contribuyente hispano (tanto si las viviendas se traspasan a un precio alto, o a un precio bajo que dé pérdidas a los bancos nacionalizados). La cuestión es como colar este truño lenta y suavemente, para que los hipotecados que pueden pagar no dejen de hacerlo todos de golpe.


En septiembre de 2009, cuando Zapatero proclamaba que el sistema financiero español era el más solido del mundo, escribí en burbuja.info un par de entradas/artículos (Deuda es control (I) y Deuda es control (II) ) donde a partir de una cita de Baudelaire (quien en sus diarios íntimos escribe que en toda historia de amor hay un verdugo y una víctima, y no siempre es quien parece), hablaba de la relación inextricable entre deudor y acreedor, y planteaba unos escenarios de futuro (que puede ser interesante revisitar ahora, 3 años y medio después).

El problema de los bancos alemanes no es sino el reverso del problema de los hipotecados españoles (como el problema del tesoro americano es el reverso del problema del tesoro chino, o el problema del tesoro japones es el problema de los ahorradores japoneses). La banca española no es sino un intermediario, que ha servido para distraer mucho dinero a proyectos megalomaniacos para asegurar la reelección del político de turno (dinero que en última instancia acababa en los bolsillos de los amigos). Los amigos ya se han ido (su dinero está en las caymanes, o en depósitos en el Deutsche Bank – entre los dramas que nos rodean es de esperar que el destino nos obsequie al menos con la deliciosa ironía de ver a muchos triunfadores acabar pillados).

Queda el problema de la deuda, que no se puede pagar. No hay crecimiento para pagarla ni lo habrá, por muchos multiplicadores mágicos keynesianos que se quieran inventar. El crecimiento se basa en la confianza de que el dinero prestado se devuelve, con intereses. Cuando no queda nadie con capacidad productiva que no esté endeudado por encima de lo que puede devolver, no se puede prestar más; sin crédito, el crecimiento se frena, y no da para pagar el interés en la deuda acumulada.

No habrá crecimiento hasta que se destruyan las deudas. Entonces tocará empezar de cero. En unos años, todo olvidado, y pronto empezaremos una nueva burbujilla de deuda para acelerar el crecimiento (a ver si dura más).

El problema, claro, es la parte de empezar de cero.

Al acreedor no le interesa; no es plato de gusto quedarse con cara de tonto después de invertir tus ahorros (o peor, de que los inviertan por ti) en sellos sin valor o en prestárselos a alguien que se los gasta en paridas. Las leyes protegen al acreedor, que tiene la sarten por el mango. El deudor no quiere quedarse sin acceso al crédito, no quiere pasar de golpe de todo a nada, y prefiere jurar que si le prestan un poquito más se pondrá las pilas y devolverá todo lo adeudado. El acreedor accede, ya que sabe que la alternativa es reconocer ahora, ya, que no cobrará toda la deuda. Prefiere extraer del deudor todo lo que pueda. Para ello, sigue prestando cantidades menores, pero exige supervisar los gastos del deudor, que se ve forzado a dejar de fumar, y a dar derecho de pernada sobre sus hijos al acreedor.

Ambos saben que la deuda es impagable. Pero a ninguno le interesa reconocerlo aún, prefieren estirar la situación todo lo posible.

En ello estamos. ¿Cuanto puede durar esto? Vaya usted a saber. Como las burbujas, se puede estirar mucho más de lo que parece posible. Las reglas se cambian, las coartadas se perfeccionan. No es mentira si todos saben que no es verdad.

Y sin embargo, no puede durar eternamente. El día menos pensado, algo sucede que lo lleva todo al traste. Hablamos de una mentira compartida: no hay descubrimientos repentinos, sino una decisión súbita, impredecible, de que no se puede fingir más. Y como en realidad todos saben que no es verdad, el día que el niño grita que el emperador está en bolas es el día en que todo se acaba.

El reseteo de una burbuja de deuda suele ser caótico. Nunca ha habido una burbuja de deuda de esta magnitud, y el reseteo, cuando llegue, no tiene precedentes.

En el plano europeo, el desenlace será impresora, como pide todo el mundo. Pero será una impresora en un euro dividido. Alemania perderá sus ahorros, pero no creo que ponga su garantía detras de unos eurobonos para financiar planes «Marshall» de crecimiento en países que se siguen gastando el dinero en paridas. Preferirá imprimir el billón de euros que le deben entre Target-2 y exposiciones residuales de sus bancos (que se han reducido mucho), y dárselo directamente a sus bancos: igualito que la Fed, el BoE o el Banco de Japón. Así conseguirá que su neomarco no se vaya a las nubes (y poder exportar); en cuanto al miedo a la inflación, se explicará a los alemanes que no hay problema, ya que el dinero va a salvar a sus landesbanken y ahorradores y no se filtrará a la calle, donde seguirán con salarios bajos. Un triunfo.

El BCE será el agujero negro que se usará para destruir la deuda. Con un poco de suerte, igual no absorbe a todo el continente.


Tras la complacencia inducida por el placebo de Draghi, vino el brusco despertar causado por los aullidos de Chipre. La opinión general en Europa es que los problemas no están resueltos, pero hay que esperar a que pasen las elecciones alemanas, que distorsionan el debate, antes de poder hacer nada. En los países periféricos (y no tan periféricos), gobernantes de variadas ideologías sueñan con una derrota de Merkel.

Peer Steinbrück, el líder y candidato del SPD (oposición social-democráta), fue ministro de finanzas en la Große Koalition de 2005 a 2009. Anteriormente había sido ministro principal y de finanzas de Renania del Norte-Westfalia. Steinbrück no ha tenido una buena pre-campaña: en febrero hizo unas declaraciones lamentando que «los payasos hubieran ganado» en las elecciones italianas que llevó al presidente de Italia, Napolitano, a cancelar un encuentro previsto con él. Las encuestas le dan solo un 26% ( y un 14% a sus potenciales partners los verdes), frente a un 41% para la CDU/CSU de Merkel. Merkel mostró gran astucia política para robar la principal idea de los verdes (cerrar las nucleares) tras el accidente de Fukushima, y recientemente ha repetido la jugada al anunciar un salario mínimo, idea favorita del SPD.

Hay una alta probabilidad, especialmente si la crisis del euro da más cabezazos antes de septiembre, de que veamos una reedición de la Große Koalition bajo el liderazgo de Merkel. ¿Pero que diferencia se puede esperar, realisticamente, en la política europea de Alemania? ¿Qué efecto tendría la entrada del SPD en el gobierno (o incluso una victoria de la coalición SPD/Verdes)?

Desde el punto de vista de políticas pan-europeas, ha pasado casi desapercibida la publicación de un estudio de la FES (Fundación Friedrich Ebert, think-tank asociado con el SPD) titulado «Futuros Escenarios para la Eurozona» (esta entrevista da un sumario de los contenidos en español). Con el horizonte temporal de 2020, la fundación planteó 4 escenarios a debatir en encuentros en 16 ciudades europeas, con el objetivo de poner a disposición de los dirigentes europeos una herramienta para ser conscientes de las consecuencias de sus decisiones». Los 4 escenarios propuestos no son nada original (A, seguir con patadones p’alante como hasta ahora; B, ruptura de la eurozona; C, aparición de un euro «core» o euro de dos velocidades; y D, plena unión política y fiscal); el interés está en las minutas de las distintas reuniones, reflejando hasta cierto punto el pensar de las élites socialdemocratas (los invitados reflejan la orientación ideológica de la FES) de los distintos países.

El escenario B (ruptura del Euro) tiene ciertas variantes: a la yugoslava (sin comentarios), a la soviética (ruptura pacífica de un eurocore que decide que el coste de cargar con la periferia excede los beneficios), o a la «mezzogiorno», donde las regiones ricas (Cataluña, Italia Septentrional) se desgajan de sus estados-nación, y acaban incorporándose a un euro «core».

Las reuniones en España (en Madrid y Barcelona) tienen poco interés; los sospechosos habituales explicando que España solo tenía un problemilla de deuda privada hasta que una secuencia terrible «ocurrió», y demandando las transferencias habituales (resumido en este artículo de Ontiveros). La posibilidad de una división del euro en dos velocidades es rechazada. O Estados Unidos de Europa, o Yugoslavia: lo primero es muy difícil, lo segundo es impensable. Menos mal que tenemos estas élites para pensar por nosotros.

Más interesante puede ser la visión del debate en Berlín. Las élites de la FES y el SPD consideran un Euro «core» lo más probable, y alumbran un nuevo escenario: una variación del primer escenario (seguir como hasta ahora), pero con nuevas políticas «libres de neo-liberalismo».

¿A que se pueden referir? Lo único que he encontrado es esta propuesta de Peer Steinbrück de eliminar el papel del BCE como financiador de gobiernos por la puerta de atrás, y transferir esa responsabilidad al Banco Europeo de Inversiones, que emitiría Eurobonos y prestaría a los gobiernos a tipos de interés que reflejarían «su voluntad de reformarse». Así que ya lo sabemos: si gana el SPD en Alemania, todo seguirá igual, pero con eurobonos limitados.

¿Y Francia? Es interesante remarcar que el escenario B (ruptura del euro) incluye, como el C, un area monetaria alrededor de Alemania; la diferencia fundamental entre el escenario B y el C es la participación de Francia en ese euro «core» o euro muñón. En Francia, el panel pone grandes esperanzas en que el SPD llegue al poder en alemania; se considera que el escenario A es el más probable y no es tan malo, desde que se contempla el riesgo de ruptura; se contempla una salida del euro limitada a Grecia; y hay «cierta apertura» a un euro «core», entendido como dos velocidades, no dos niveles (a largo plazo, todos los países del euro podrían integrarse).

Es curioso que todos los paneles culpan de la crisis (o de su agravamiento) a faltas o errores de otros países. Los bancos o el «capitalismo de casino» también se mencionan con frecuencia, así como el diseño del euro.

Con este nivel de análisis, es de esperar que los dirigentes europeos sean capaces de concebir un plan, en la frase inmortal de Baldrick, «tan astuto como un zorro que ha sido profesor de astucia en la Universidad de Oxford pero ha progresado y ahora trabaja para la ONU en la Alta Comisión de Astuta Planificación Internacional» que nos salve de todos nuestros problemas.


 

Anteayer se presentó una nueva plataforma política en Cataluña con el objetivo de «impulsar un proceso que culmine con la creación de una candidatura unitaria que tenga como objetivo la convocatoria de una asamblea constituyente». La plataforma publicó un «Manifiesto para la convocatoria de un Proceso Constituyente en Cataluña» donde propone 10 puntos a considerar para la definición entre todos sus simpatizantes de «una serie de medidas básicas y de urgencia».

Los puntos 1 y 2 se refieren a «expropiación de la banca privada, defensa de una banca pública y ética, freno a la especulación financiera, fiscalidad justa, auditoría de la deuda e impago de la deuda ilegítimo», y «salarios y pensiones dignas, no a los despidos, reducción de la jornada laboral y reparto de todos los trabajos, incluido el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado».

El tercer punto es «Democracia participativa, reforma electoral, control de los cargos electos, eliminación de los privilegios de los políticos y lucha decidida contra la corrupción».

El resto de los puntos propone vivienda digna para todos, no a las privatizaciones, derecho al propio cuerpo, reconversión ecológica de la economía, derechos de ciudadanía para todos, medios de comunicación públicos, y una Cataluña sin ejército y fuera de la OTAN.

El punto 3 recuerda mucho a las propuestas iniciales del 15-M (aunque no menciona la «auténtica» separación de poderes). El resto de los puntos recuerda las propuestas/carta a SSMM los reyes magos del 15-M tras unas cuantas semanas de asambleas.

Mi objeción es a la trampa (fundamental) de confundir un proceso constituyente con todo lo demás en el manifiesto (por muy tentativo y abierto a debate que se proponga). No sé si esa confusión es deliberada o ignorante (ni conozco ni me importa el currículum de los promotores de la plataforma, un economista y una monja al parecer con cierta reputación humanitaria en Cataluña), pero el efecto es el mismo.

Un proceso constituyente crea el modelo de estado, el marco institucional, los mecanismos de acción política y de control (o sea, el punto 3 del manifiesto). Una constitución o modelo de estado tiene que cubrir a todos los ciudadanos. Todos. Incluso aquellos extremadamente antisociales que se oponen a la propia sociedad, ya que aunque esta pueda y deba defender sus intituciones de ellos, tienen los mismos derechos fundamentales que los demás.

Un modelo de estado es muy importante. Tiene que permitir al estado funcionar y adoptar decisiones defendiendo los derechos de quienes están en desacuerdo; definir un marco institucional sin pasarse de detalle (o habrá que rehacerla en poco tiempo), las competencias, los mecanismos para financiar el estado, y los mecanismos de control para evitar abusos y corrupciones.

Todas las demás propuestas del manifiesto (o del 15-M maduro) son otra cosa: un modelo socio-económico, por llamarlo algo, donde habrá distintas visiones y legítimos desacuerdos; lo que se adopte será lo que decida la mayoría, respetando los derechos de las minorías, según el modelo de estado aprobado en la constitución.
Mezclar las dos cosas cuando se habla de una candidatura para convocar una asamblea constituyente es querer imponer un modelo de sociedad (el tuyo) a todos los que vivan bajo esa constitución.

Encima, esas otras propuestas están llenas de demagogia. La diferencia entre democracia y demagogia es que en democracia los gobernantes dicen al pueblo la verdad, y el pueblo tiene mecanismos para tomar decisiones (que en una coyuntura como la actual son necesariamente difíciles), mientras que en demagogia se le cuenta que puede tenerlo todo y más, derechos ilimitados sin ningún coste (que en teoría pagan otros -los ricos, los bancos, los evasores-, o que salen gratis gracias a algún producto de ingeniería financiera demasiado complicado de entender -por ejemplo, el euro- que magicamente permite endeudamiento ilimitado sin coste, cuando en realidad siempre acabas pagando tú, o tus hijos). La demagogia es un método tradicional para sumar adhesiones y luego, a la hora de la verdad, poder colar lo que interese, mientras lo demás se queda en «una aspiración», como el pleno empleo de zapatero en 2008.

La demagogia es especialmente dañina cuando precisamente lo que hace falta en un tiempo en el que se habla de cambios radicales es realismo y responsabilidad. Pero lo peor de la demagogia es que crea adicción, y la gente, cuando se hunde el tenderete, aún prefiere buscar otro demagogo que proponga nuevas soluciones mágicas.

Así se van extinguiendo las esperanzas de que de las ruinas de España pudiera salir al menos algo bueno.


El desastre burbujil español no fue culpa exclusiva de la banca. La banca, es cierto, era  una de las patas del contubernio bancarioempresauriogubernamental: la pata que canalizaba la financiación internacional (sobre todo europea) hacia la orgía de pelotazos organizada entre promotores amigos y políticos autonómicos y municipales, con el pago de diezmo a los partidos políticos estatales y la aprobación entusiasta de los que se beneficiaban directamente -pasapiseros o inmobiliarias- o indirectamente -la paracasta creciente financiada con los ingresos fiscales «champion league» (una vez más directa o indirectamente -para mí la paracasta incluye mucho sector privado que solo vive gracias al dinero público o los favores que permiten a TEL, por ejemplo, mantener su posición dominante dando el peor servicio de internet al precio más alto de Europa)- de esa impostura post-desindustrialización que ocupaba el lugar de lo que hubiera debido ser la economía española.

Al final de una burbuja sólo quedan los tochos sin valor (o los tulipanes, o las acciones de Terra) y las deudas. ¿Qué pasa cuando cesa la música? Para empezar, las promotoras desaparecen, y los ayuntamientos y autonomías subitamente se encuentran insolventes (las personas detrás de ambos desaparecen sin esfuerzo hacia otros negocios o consejos de administración). Las administraciones públicas recortan sus gastos a cuchillo; la paracasta y los pequeños especuladores inmobiliarios que aplaudían durante la subida se sienten engañados, y protestan ruidosamente.

Si la burbuja fue una estafa, lo fue a través de (y gracias a) la codicia y la complicidad de muchos que se creían beneficiados. Pero cuando para la música, los ganadores se han esfumado. Queda un tocho envuelto en papel de seda, unos pardillos que lo compraron a crédito, y unos acreedores con cara de tontos. La banca queda sosteniendo el paquete.

La banca aparentemente tiene un problema: un millón de casas (o dos, o tres) que no valen nada, porque nadie las quiere comprar (en muchos casos tienen un valor real negativo, por los costes de mantenimiento), pero que en sus balances representan un activo (directamente o como colateral de créditos a promotoras), y en teoría responden de un pasivo.

Hay varias formas de gestionar (que no necesariamente resolver) ese problema:

  1. Con la complicidad del estado y el regulador, se puede negar la realidad, e intentar cubrir la diferencia a base de los beneficios de varios años. Para eso hace falta un banco central que provea liquidez ilimitada (eso está hecho), un regulador que haga la vista gorda sobre la insolvencia (ningún problema), y un mercado oligopolístico cautivo al que poder estrujar para producir beneficios en otras areas de negocio (sin comentarios). Claro que si el pufo es enorme, se puede tardar décadas en cubrirlo, y sin burbuja, y con un endeudamiento general desmesurado, es difícil producir beneficios (de hecho, a medida que la economía se deteriora, cada vez es más difícil).
  2. Se obliga a la banca a vender esos pisos en un plazo determinado -o sea, sacarlos al mercado (y sacarlos del Nomercado), para determinar el precio real-, y se usa ese precio real para reconocer pérdidas. Dado que eso resultaría en quiebras de la mayoría de entidades, se procede o bien a la reestructuración de la deuda (con quitas a deudores), o la liquidación de las entidades por lo que se pueda sacar.
  3. Se pasa el pufo al estado, ya que los bancos son sistémicos y sería muy malo que quebrasen, aumentando así la base de gente a estrujar para cubrir el agujero. Si el estado es insolvente también, se implica a otros estados, al FMI, al sunsum corda o la NASA.
  4. Diversas combinaciones de los anteriores.

La banca tiene otro problema adicional al anterior: dos millones de hipotecas (o tres, o cuatro) garantizadas con pisos que en teoría tienen precios altos pero irreales. En realidad, solo valen lo que la gente que vive en ellos quiera, pueda, o sea obligada a pagar.

Pero ¿y si la gestión de esos problemas se pudiera combinar? (combinar problemas es una especialidad de McKinsey y otros consultores de élite: si los problemas no se resuelven, al menos el problema se puede hacer lo bastante gordo como para convertirse en un SEP (Somebody Else’s Problem); convertir varios problemas en un SEP es un resultado aceptable si permite el cobro de la minuta).

Me estoy alargando mucho, sigo otro día.


En septiembre de 2008 el presidente Rodriguez Zapatero, de visita en NY y siguiendo su creencia de que la economía es principalmente (o enteramente) una cuestión de confianza, dió un discurso alabando las fortalezas de la economía española ante una audiencia de directivos americanos. La intervención dió para media docena de titulares, cada cual más hilarante (mofarse de Sarkozy y Berlusconi quizá no fue buena idea), pero uno en especial ha quedado para el recuerdo: España tiene el sistema financiero más sólido del mundo (lo que dijo en realidad fue «quizá cuenta con el sistema financiero más sólido de la comunidad internacional»).

Zapatero, con todas sus limitaciones, no hacía más que repetir el consenso de los economistas orgánicos. El mantra de la solidez de la banca española se basaba casi unicamente en la responsabilidad personal del deudor con respecto a la deuda hipotecaria consagrada por la ley española, que en teoría significaba que la exposición hipotecaria de la banca española tenía muy bajo riesgo. Este mantra lo repetían desde el último econobufón mediático (montado en su purasangre) hasta el director del servicio de estudios del Banco de España:

«In Spain,» Mr Malo de Molina explains, «if you default on a mortgage, you respond with all your assets, and not just your house.
That is why defaults have been historically low: Spaniards in financial difficulties have traditionally relied on their large family networks to remain current on their home loans.»
Economic prospects looking less rosy, Financial Times, 24/10/2007

Efectivamente, la morosidad hipotecaria es aún baja, en buena parte porque el ladrillerismo extremo del español medio y la severa ley hacen que la hipoteca sea lo último que se deja de pagar (lo que hundió a la banca no fueron las hipotecas, sino los créditos a promotores insolventes, escondidos durante 4 o 5 años tras refinanciaciones surrealistas). Sin embargo, cuando no se puede, no se puede; en una crisis sin salida llega un momento en que el empleo se esfuma y los ahorros y los colchones de seguridad se acaban, las redes familiares se rompen, y la morosidad hipotecaria también empieza a crecer exponencialmente. Ahí es donde estamos desde hace un par de años.

El comentario de Malo de Molina en 2007 explicaba porqué la legislación hipotecaria española es deliberadamente punitiva: se trata de convertir al hipotecado que no paga en un zombie financiero para ejemplo y escarmiento de otros, y que no dejen de pagar. Economicamente, en caso de impago y ejecución el banco queda con un pasivo (la financiación del dinero que prestó), y dos activos: el piso a un precio rebajado (que en crisis anteriores daba beneficio con solo esperar un par de años), y la deuda del ex-hipotecado (lo que se le pueda extraer en el futuro), que tiene un valor, aunque sea por debajo del importe nominal de dicha deuda, y se puede vender con descuento a especialistas en el cobro a morosos. El colchón creado por el descuento del 40% en la adjudicación y el aumento de la deuda del hipotecado gracias a los intereses de demora y otros costes desorbitados hace que las posibles pérdidas sean pequeñas, siempre que el piso se pueda vender. El banco a menudo negocia con el acreedor para maximizar los pagos a cambio de evitar el desahucio, pero siempre caso por caso y discretamente, para no desvirtuar el ejemplo disuasorio de la ley.

Este rigor punitivo de la ley no se escondía: se consideraba una virtud que dotaba de solidez al sistema. La extrema protección a los bancos en teoría abarataba y facilitaba el crédito. La figura (desconocida o apenas utilizada en otros países) de los avalistas es lo que permitió a gente con trabajos precarios y bajos ingresos hipotecarse por múltiplos de hasta diez veces sus ingresos anuales. No recuerdo que en aquellos momentos nadie se quejara porque le concedieran una hipoteca; por otra parte, recuerdo leer muchas quejas de gente que no lograba que le concedieran una (al final, probando en varias entidades, todos lo conseguían).

El rigor aceptado contra el que osara impagar permitió a los bancos introducir en los contratos lo que ahora se llaman cláusulas abusivas (intereses de demora o costes administrativos exorbitantes, techos o suelos asimetricos, etc.). Nadie se quejó, sea porque todos fueron estafados, o porque pensaban que en el peor de los casos, si no podían pagar, venderían con beneficios.

El tema es de candente actualidad; la PAH, tras años de labor, obtuvo apoyos para promover su ILP, y con sus atrevidas tácticas ha capturado la atención de los medios y canaliza el descontento con los políticos hacia la protección de los que llama «afectados» por la «estafa» de las hipotecas.

Hay muchas cosas que fallan en la sociedad y sistema político de España (y también, como resultado, en su relación con Europa), hasta el extremo de que se extiende una sensación de fin de época. Es tremendamente importante, para tener alguna posibilidad de que el colapso de este régimen no nos lleve a algo bastante peor, que haya un debate adulto sin buscar soluciones victimistas que conllevan abdicación de la responsabilidad individual o colectiva; si no, seguiremos esperando a que venga alguien a «salvarnos», en la linea de los últimos 200 años. Esto es, en mi opinión, el debate más importante, y merece más espacio, así que lo dejo para futuros comentarios.

Pero más allá de si es válido aducir irresponsabilidad y culpar de todo a los bancos que «causaron la crisis», la situación ha cambiado. Los impagos crecen. Los efectos sociales son obviamente devastadores. El efecto disuasorio de la legislación, basado en gran parte en el estigma social, se diluye o desaparece si mucha gente deja de pagar. Las respuestas a la situación son inadecuadas.

Los efectos sociales, políticos y económicos de la respuesta que se dé a este desafío serán muy profundos, y requieren un análisis en profundidad. Lo dejo ahí por ahora, y volveré a ello.


No es cierto, como piensan muchos, que el ladrillerismo español y el mal gobierno del país están unidos inseparablemente, como hermanos siameses. El ladrillerismo se remonta, como mucho, al estallido de la burbuja de los ferrocarriles en 1865; las condiciones que han creado una sociedad incapaz de dotarse de gobiernos que no sean nocivos (al favorecer en extremo los intereses de la minoría con acceso al poder a costa de dañar los intereses de la mayoría) se remontan por lo menos a 1812; otros rastrean sus inicios hasta el S XVI, en el oro de las indias, Carlos V y el Lazarillo de Tormes.

Pero el matrimonio satánico entre malgobierno y ladrillerismo empieza en 1959, con el desarrollismo: una apertura moderada al comercio exterior y un plan de industrialización (relativamente fácil, dado el fracaso, con algunas excepciones, de la industrialización en el S XIX). Los movimientos migratorios del campo a la ciudad causaron una explosión urbanística de pelotazos y pisos de protección oficial y su correpondiente efecto en la psique colectiva, recogidos en películas como «El Pisito» o «El Verdugo». Con la crisis del petroleo y la muerte de Franco los sistemas económico y político entran en período de turbulencias: en lo político, entre 1977 y 1982 se alcanza un compromiso para un nuevo sistema gatopardista en el que todo parece cambiar, dando entrada en el reparto de la cosa pública a nuevos  actores pero sin desalojar a los anteriores, bajo la mirada benévola de una monarquía reconciliadora y de consenso (la cuadratura del círculo se logra expandiendo las AAPP, para que haya botín para todos); en lo económico, el modelo cambia radicalmente a partir de 1985, con la entrada en la UE. Se desmantela la industria pesada, se privatizan empresas estatales, se abren los sectores alimenticio y comercial, y como principal motor económico se lanza la obra pública con fondos europeos y el redescubierto ladrillo, esta vez no como derivada de un cambio demográfico, sino como deliberado motor principal del desarrollo. España se convierte así en un país moderno y rico, una monarquía ladrillera que importa mano de obra por millones. Con el advenimiento del Euro y el abaratamiento del crédito este sistema sube a otro nivel, para pasmo de propios y extraños.

El cancer del ladrillo y la partitocracia del ’78 han crecido mano a mano. España no es el único país con una burbuja inmobiliaria (ahí están USA, GB o Irlanda); tampoco es el único con un regimen político «democrático» con problemas de legitimidad (véase Italia o Grecia), pero sí es el único (con permiso de Irlanda), donde la burbuja ha secuestrado, también, el debate político.

La evolución de la política en esta primera parte del siglo XXI en europa se supone que tenía que ir en la dirección de una integración europea más profunda, y un acercamiento de la política al ciudadano. El plan está en peligro: no voy a entrar ahora en si es por errores en la creación del euro, por la falta de transparencia y democracia, o la falta de sentido de identidad europeo que contrarreste los sentimientos de identidad nacionales (o todas a la vez y reforzándose entre ellas), pero cada vez está más claro que al final de los patadones p’alante el proyecto europeo no tendrá el suficiente apoyo popular para proceder al sacrificio requerido de las soberanías nacionales en aras de la integración definitiva; y no lo tendrá sin dos pilares fundamentales: acordar una idea de europa clara y que resulte atractiva a la mayoría, y dotar el proceso de unión de legitimidad, para lo cual hay que empezar por dar legitimidad a los representantes políticos en aquellos países donde esa legitimidad se pone en duda (en ese sentido, Beppe Grillo probablemente es el futuro).

Pero resulta que en España la única acción política posible pasa por el ladrillo. En estos tiempos desideologizados la PAH habilmente se ha centrado en la acción, y secuestra el debate político: no importa que el estado esté secuestrado por las ya famosas «élites extractivas», no importa que no hay democracia o separación de poderes, no importa que aquí, a diferencia de Islandia, no se piden responsabilidades sobre las acciones de la banca y (sobre todo, más importante aún) la estafa colosal que ha supuesto su rescate, sino que todo esto se usa como coartada para un movimiento que solo busca, en la tradición de la monarquía ladrillera hispana, ayudar a mantener los precios de los pisos.

Ya es hora de poner un ladrillo en la bandera de este país. España, monarquía ladrillera por convicción general.


A principios del siglo VI A.C., en Ática (Atenas), había serias convulsiones sociales. En una economía de subsistencia la propiedad de la tierra era inajenable, y sin embargo se concentraba en muy pocas manos. Los granjeros que necesitaban crédito no podían poner su tierra como garantía, sino solo su garantía personal (representada por un mojón en sus tierras): si no pagaban, ellos y sus familias eran vendidos como esclavos. Muchos de los más capaces emigraron para escapar el hambre o la esclavitud, privando a la ciudad de talentos necesarios. La situación llegó a tal punto que en 594 A.C. las facciones de las distintas regiones (las montañas, la llanura y la costa), enfrentadas políticamente, y las distintas clases sociales acordaron encargar a Solón, famoso por su sabiduría, y con reputación de imparcial, que se pusiese al frente del gobierno. Esto es lo que sucedió, según Plutarco:

(13)
(…) Entonces fue también cuando la disensión entre los pobres y los ricos llegó a lo sumo, poniendo a la ciudad en una situación sumamente delicada; tanto, que parecía que sólo podía volver de la turbación a la tranquilidad y al sosiego por medio de la dominación de uno solo, porque el pueblo todo era deudor esclavizado a los ricos, pues o cultivaban para éstos, pagándoles el sexto, por lo que les llamaban partisextos y jornaleros, o tomando prestado sobre las personas quedaban sujetos a los logreros, unos sirviéndolos, y otros siendo vendidos en tierra forastera. Muchos había que se veían precisados vender sus hijos, pues no había ley que lo prohibiera, a abandonar la patria por la dureza de los acreedores. La mayor parte, y los más robustos, se reunían, y se exhortaban unos a otros a no mirar con indiferencia semejantes vejaciones, sino más bien elegir un caudillo de su confianza, sacar de angustia a los que estaban ya citados por sus deudas, obligar a que se hiciera nuevo repartimiento de tierras, y mudar enteramente el gobierno.

(14)
En tal estado, viendo los más prudentes de los Atenienses que Solón únicamente estaba fuera de aquellos extremos, pues ni tenía parte en los atropellos de los ricos, ni estaba sujeto a las angustias de los pobres, le rogaban que se pusiese al frente de los negocios públicos y calmara aquellos disturbios. Fanias de Lesbos escribe que Solón, con la mira de salvar la patria, usó de artificio con unos y otros, prometiendo a los pobres el repartimiento y a los ricos la estabilidad de sus créditos; pero el mismo Solón dice que al principio puso con repugnancia mano en el gobierno, por temer la avaricia de los unos y la insolencia de los otros. Fue, pues, elegido Arconte, después de Filómbroto, y juntamente medianero y legislador: a satisfacción de los ricos, por ser hombre acomodado, y de los pobres, por la opinión de su probidad. Háblase también de esta sentencia suya, esparcida con anterioridad: que la igualdad no engendra discordia, y acomoda a ricos y pobres, esperando los unos una igualdad que consista en dignidad y virtud, y los otros, una igualdad de número y medida. Concebidas por todos grandes esperanzas, los principales se ponían al lado de Solón, brindándole con la tiranía, y alentándole a que confiadamente entrase al manejo de la ciudad, en la que tal superioridad había alcanzado. Muchos también de los de mediana condición, considerando que la mudanza, sí había de hacerse conforme a la ley y razón, era obra difícil y arriesgada, no rehusaban que uno solo, tenido por el más justo y más prudente, se encargara del mando.(…)

(15)
(…) Lo que los modernos han dicho de los Atenienses, que lo que había en las cosas de desagradable lo encubrían con nombres lisonjeros y humanos, halagándolo urbanamente, llamando amigas a las mancebas; a los tributos, tasas; custodias, a las fortalezas de las ciudades, y edificio, a la cárcel, fue primeramente maña de Solón, que llamó alivio de carga, a la extinción de los créditos; porque fue este su primer acto de gobierno, disponiendo que los créditos existentes se anulaban, y que en adelante nadie pudiese prestar sobre las personas. Con todo, algunos, y entre ellos Androción, han escrito que no fue la extinción de los créditos el alivio con que se recrearon los pobres, sino sólo la moderación de las usuras, y que a este acto de humanidad, juntamente con el aumento de las medidas y del valor de la moneda que también se hizo, se le dio aquel nombre de seisacteia, o alivio de carga; porque hizo de cien dracmas la mina que antes era de setenta y tres, con lo que dando lo mismo en número, aunque menos en valor, quedaban muy aliviados los que pagaban, y no sentían detrimento los que recibían; pero los más afirman que la seisacteia fue abolición de todos los créditos, con lo que guardan consonancia los poemas. Gloríase en ellos Solón de que levantó de la tierra hipotecada los mojones fijados por todas partes; de que antes era sierva, y ahora era libre; de que de los ciudadanos obligados por el dinero, a unos los había restituido de país extraño, no sabiendo ya la lengua ática por el tiempo que habían andado errantes, y a otros que acá sufrían la indignidad de la esclavitud los había hecho libres. Dícese que con motivo de esta primera disposición le sobrevino un gravísimo disgusto, porque cuando trataba de abolir los créditos, y andaba examinando qué palabras serían las más acomodadas, y cuál el principio más conveniente, comunicó el pensamiento, de los amigos que tenía de más confianza e intimidad, a Conón, Clinias e Hipónico, diciéndoles que en cuanto al terreno no iba a hacer novedad; pero que tenía resuelto hacer abolición de los créditos. Estos, valiéndose de la noticia, y adelantándose, tomaron gruesas cantidades de los ricos, y compraron grandes posesiones: publicóse después la ley, y como de una parte disfrutasen las tierras, y de otra no pagasen a los acreedores, hicieron nacer contra Solón gran sospecha y calumnia de que no era del número de los perjudicados, sino de los que perjudicaban; pero muy luego se vio libre de esta acusación con la pérdida que se halló tenía que sufrir de cinco talentos, que fue la suma que tenía dada a préstamo, siendo el primero que la dio por extinguida conforme a la ley; algunos dicen que fueron quince, y entre ellos Policelo de Rodas. A aquellos sus amigos siempre los llamaron en adelante bancarroteros.

(16)
No acertó a dar gusto ni a unos ni a otros, sino que desazonó a los ricos, aboliendo sus créditos, y más todavía a los pobres, porque no hizo el repartimiento de tierras que esperaban, ni los igualó ni uniformó, como había hecho Licurgo, en los medios de vivir. (…) Con todo, luego comprendieron la utilidad; y desistiendo de sus insultos, sacrificaron en común, dando al sacrificio el nombre de seisacteia, y nombraron a Solón reformador del gobierno y legislador, poniendo en su arbitrio, no unas cosas sí y otras no, sino todas absolutamente, magistraturas, juntas, tribunales, consejos, para que en todo cuanto había o se crease determinara el censo, número y tiempo de cada cosa, destruyera o conservara, según le pareciese(…)

Solón es famoso por haber creado la primera timocracia organizada (democracia ponderada por el peso de las propiedades), y por haber creado burdeles públicos en Atenas para aliviar a los pobres; pero sin duda su mayor aportación fue la seisacteia. Nótese la divergencia en los detalles según los autores: según unos, consistió en una devaluación del 37% en el valor de la mina (los arquéologos consideran esto un anacronismo, al no haber pruebas del uso de moneda en Atenas en la época) ; según otros, fue la abolición de las deudas (y de la garantía personal). En cualquier caso, como siempre (y más en Grecia), los más beneficiados fueron los cercanos a Solón, que pegarón un pelotazo histórico gracias a la información privilegiada.
Otro día hablamos de otro enfoque alternativo para resolver una crisis de deuda: el de Eduardo I de Inglaterra, que para financiar sus guerras con Mel Gibson se endeudó hasta las cejas con los prestamistas judíos de su reino; cuando ya no puedieron prestarle más, firmó una orden expulsándo a los judíos del reino, puso a todos los prestamistas en un barco, y lo hizo hundir en la ría del Támesis.